Por: SC.
QUEDATE EN CASA, quedate en casa, quedate en casa,quedate en casa, QUEDATE EN CASA.
QUEDATE EN CASA, quedate en casa, quedate en casa, quedate en casa, QUEDATE EN CASA.
QUEDATE EN CASA, quedate en casa, quedate en casa, quedate en casa, QUEDATE EN CASA.
El mensaje parecía claro desde el principio, allá por marzo del 2020, hace más de cien días atrás. La posibilidad de contagiarnos, el miedo, lo desconocido, los medios y los DNU presidenciales nos invitaban a quedarnos en casa, algo que muchas mañanas, cuando sonaba el despertador, deseábamos… pero no resultó ser tan simple, al menos al principio.
¿Cómo sobrellevar algo que siempre evité? ¿No tenía opción y en esa obligación de permanecer en mi hogar me fue permitiendo conocer a alguien que siempre negué? ¿Oculté? O simplemente no vi.
El hogar que había que habitar. Antes que el mundo se pare en un instante, tuvimos que mudarnos sin previo aviso. Parecía impensado irnos de una casa en la que me sentía cómoda, en un barrio que me llevaba al pueblo de mi infancia, el juego entre vecinos, el sillón en la vereda.
La nueva casa es grande, el patio fue el pulmón del encierro. La ubicación en pleno centro, el tránsito continuo, los ruidos y muchos negocios como vecinos.
Quedarse en casa, en una casa a la que parecía aún no había llegado, fue el desafío más grande. ¿Cómo habitar lo que negamos? Y pasaron más de cien días. Nos encontramos, redecoramos espacios, lo llenamos de plantas y colores: nos mudamos. La ocupamos, la llenamos de vida y la sentimos el lugar más seguro para estar.
Ser madre antes de una pandemia:
Siempre me gustó salir de casa, visitar amigas, pasear por la plaza, dar vueltas en auto. Quedarse en casa era sinónimo de aburrimiento. Tenía la necesidad de salir aunque sea a sentarme en la vereda. El tiempo en casa era para realizar las tareas cotidianas y después teníamos que buscar una opción para salir de ella. Nunca me gustó mucho mirar por largas horas tele, las manualidades eran mis enemigas, como la cocina. Sí me gustan los juegos de mesa para compartir.
Ser madre durante una pandemia:
Salir de casa no estaba dentro de las opciones, entonces empecé a amigarme con la idea de habitar mi hogar. Al principio parecía que no íbamos a soportarlo y ahora no dejamos de disfrutarlo. Galletitas caseras, tortas, bizcochitos para el mate pasaron a ser algo divertido en mi hogar. Los cartones que encontramos fueron todos pintados y convertidos en animales, casas y todas las manualidades que se nos ocurrieron. Elegir una peli con las nenas y pochoclos: el mejor plan.
Contamos con un enorme patio que nos permitió disfrutar de él y sobrellevar la sensación de encierro que todos tuvimos en algún momento. En él pueden dar vueltas en bici, correr, patinar, hacer ejercicio, etc. Desde que empezó el aislamiento, y hasta las primeras salidas recreativas, las nenas (7 y 3 años) no pidieron salir. Entendieron del virus, de los cuidados y no salieron ni siquiera a la puerta cuando alguien tocaba el timbre.
Vivimos en un lugar particular, zona céntrica que tuvo el primer tiempo de cuarentena una apariencia inusual: negocios cerrados, sin autos circular, muchos policías y controles en las cuadras aledañas, y un silencio que no era lo habitual. Eso ayudó un poco a que ellas comprendieran que todos estaban en sus casas… o al menos esa era nuestra percepción desde nuestro lugar.
Ser docente antes de una pandemia:
Siempre fui un poco “rebelde” en mi profesión y no conformaba a concebir el aula como una forma posible de enseñar. Aunque debo admitir que es en el lugar donde me muevo más cómoda, que disfruto y siento mi lugar en el mundo. Esa interacción es única, aunque a veces cuesta un poco. Soy profesora de historia, trabajo hace 6 años en escuelas secundarias de la zona en su mayoría y en la actualidad tengo mi carga horaria en Moisés Ville. La última vez que estuve en la escuela fue el viernes antes que se decretara el aislamiento obligatorio, allá por marzo. Fue un “nos vemos el lunes” aunque ya sobrevolaba la posibilidad de que eso no sucediera.
Ser docente durante una pandemia:
Pasábamos horas y jornadas pensando en una escuela “de puertas abiertas” y, de golpe, nos encontramos dentro de los hogares de nuestros estudiantes, en el celular de sus padres, en la pc de sus habitaciones. En tiempo record tuvimos que inventar una nueva “escuela”. Fue una transición abrupta. En días tuvimos que pensar la forma de seguir dando los contenidos planificados para transitar los primeros quince días de lo que terminarían siendo más de cien.
El desborde emocional y laboral se percibió entre todos los colegas. ¿Cómo dar todo a todos?, ¿qué dar?, ¿cómo darlo? Las explicaciones que surgían en la presencialidad resultaban insuficientes a la distancia. El wp, correo electrónico y las redes sociales pasaron a ser el nexo con nuestros alumnos. Audios explicando, videos editados, recursos pedagógicos, imágenes servían de apoyo al encuentro que nos faltaba. Con el correr de los días, nos animamos a aulas y clases virtuales. El volver a vernos a través de las pantallas, el posibilitar el encuentro entre ellos, escucharlos, compartir las dudas, miedos, dudas… y nuestros hogares.
Las pantallas fueron, y aún lo son, el único nexo posible, y con ellas todas las tecnologías que “aprendimos” en medio del desborde mientras nos sigue faltando el encuentro.
Y así, en medio del desconcierto mundial, la escuela se hizo doméstica. El debate que por años veníamos dando sobre convertir una escuela de puertas abiertas se dio de golpe junto con el aislamiento obligatorio, y toda esa estructura moderna que parecía imposible reemplazar se tuvo que reconvertir. Pero es una reconversión temporal, claro está. Nos queda el desafío de cómo volver a las aulas después de esto. ¿Y los jóvenes que quedaron al margen de las clases virtuales?, ¿aquellos docentes que no pudieron adaptarse al cambio?, los recursos tecnológicos que nos fueron útiles ¿ya no lo serán?, ¿volveremos a hacer lo mismo?, ¿fue realmente una oportunidad?
Ser esposa de un “héroe”:
En medio del miedo por lo desconocido, la enfermedad y el virus, pasamos a pensar que siempre hubo héroes a quienes la sociedad no reconoce: los famosos “trabajadores esenciales”. Los que trabajaron siempre, nunca se “aislaron”.
En casa nos tocó tener uno, aunque preferiríamos que no sea así. Mi marido es enfermero profesional y desde hace unos años brinda sus servicios en la terapia de un sanatorio privado y en el servicio de emergencia 107. Los aplausos del primer tiempo emocionaron, nos llenaba de orgullo el reconocimiento, aunque se quedara solo en eso. Pero muchas veces el miedo le ganó al aplauso. El “héroe” de guantes y barbijo era mi esposo, el padre de mis hijas, nuestro compañero. No quería que fuera aplaudido por hacer el trabajo que hace con pasión desde hace años. No quería ni quiero que una máscara le marque la cara, que el riesgo lo amenace en cada guardia. No quería ni quiero que la preocupación de contagiar a los suyos lo atormente. No queríamos que hisopen a uno de los nuestros. No queremos que los culpen por contraer el virus, ni sentir la responsabilidad de enfermar a los nuestros. No queríamos aplausos, cuando siempre dan todo en silencio, solitarios, sin reconocimientos ni insumos, sin sueldos acordes, con miles de horas sin dormir.
Antes, durante y ¿después? Durante años, toda mi vida podría decir, salir de casa, rodearme de amigos, hacer reír a muchos con anécdotas, captar la atención de un aula llena, ruidos, bullicio, llenaban mi alma… o eso parecía. Mostrarles a mis hijas el camino era mostrarles una madre libre, independiente, feliz.
Durante la pandemia les mostré una mamá libre, independiente y en pantuflas. Una mamá que se permite pasar horas intentando modelar un pedazo de cartón o probando una receta que encontró en internet. Una madre ama de casa, en pijamas, despeinada que se anima a jugar, hacer tik tok, actuar, reír, llorar. Una mamá que se animó a comprar sus primeras plantas sin miedo a que se mueran como siempre creía. Una mamá que trabaja de lo que le gusta también.
Qué nos queda por delante no lo sabemos aún. La “nueva normalidad” nos invita a pensarnos de nuevo. Volvemos a las calles, volveré al aula, volveré a visitar a la familia que está lejos, volvemos a las reuniones de amigos. Tengo por delante el enorme desafío de habitar esos lugares, como habité mi casa durante estos más de cien días.