Todo lo que soy en cuarentena

Todo lo que soy en cuarentena: comprobar el multitasking (hacer muchas cosas
al mismo tiempo, en un mismo lugar y junto a muchas personas). Anónimo.

Soy mamá y soy docente, pero nunca quise ser docente de mis hijos. Tuve que renunciar a ello. ¿Tuve o quise? Me entregué a la tarea de acompañarlos en la educación virtual. Qué frustración.

Soy de buen comer. No soy de buen cocinar, aunque le ponga empeño. Renuncié al delivery, por temor. Me entregué a la cocina casera. Tengo más pruebas de lo mismo: soy de mejor comer que de cocinar.

Soy nieta de posguerra. Cuido los víveres. Me acechan fantasmas de desabastecimiento, de modo que tengo que cuidar lo de ser de buen comer.

Soy organizada. No tengo placares pendientes de acomodar. Qué frustración. Entonces separo libros para regalar, con la esperanza de que esas palabras acompañen a alguien, sabiendo que, además, eso me posibilitará seguir acomodando algunos estantes.

Soy (medio) obse de la limpieza. Huelo a lavandina y a alcohol. Ahuyento los fantasmas de la circulación comunitaria desde el día 1. Y a la vez rezo porque sigan siendo fantasmas y no realidad. No soy creyente, pero rezo.
Soy fan de la ecología. Me desespera el crecimiento del uso de los descartables que trajo esta pandemia. Armo con cáscaras de naranjas mi propio desinfectante, más poderoso que el hombre musculoso.

Soy muy activa. Subo las escaleras y camino alrededor de mi patio. Mi huella se marca rápido; la metáfora de la energía que me signa se vuelve literal en esos pastos secos.

Soy muy reflexiva. ¿Demasiado? Reconozco mis privilegios de clase. Convivo con la culpa y el agradecimiento que se generan por esa misma causa. Intento armar alguna red de ayuda. Cuánto dolor.

Soy mujer de mi marido desde hace… ¿quince años?, y nunca entendí de qué se trataba su laburo. Desde el día 1 de la ASPO, y por aproximadamente diez horas por día, compartimos el mismo ambiente de trabajo (y de cocina, y de sala de juegos, y de sala de TV). Él habla por teléfono, por Zoom, Skype, Jitsi y Meet sin descanso. Pasaron cien días y sigo sin entender exactamente a qué se dedica, pero parece interesante.

De mucha de mi gente soy sostén, pero dejé de usar corpiño. Cuánta libertad.
Soy ávida lectora. Sigo leyendo literatura y filosofía, pero también incursiono en la astrología, la cosmética natural, la cocina saludable, los desafíos de la educación en tiempos de pandemia, los números del COVID en el mundo, el avance de los tratamientos, las medidas de los gobiernos. Qué locura.

Soy paciente (en muchos sentidos). Hago terapia vía Skype. Si no hablo, me atraganto.

Somos de pocas palabras en mi familia, pero de mucha piel. Aguantamos la tensión de la separación del primer tiempo, hasta que de a poco nos reencontrando en la mesa de los domingos.

Soy amiga, y tomo una cerveza con algunas de ellas vía Zoom. Las extraño.
Siembro lechuga, perejil, zanahorias, remolachas y acelga. Los gatos -propios y ajenos- gustan de jugar en la quinta. Qué frustración.

Dejo de teñirme. Ecología y feminismo mediante, acá estoy, reconociéndome.
Cumplo años. Qué angustia no poder honrar la vuelta al sol.

Laburo en la universidad. En dos universidades. Duermo poco y trabajo mucho. Mucho más que antes. Trato de acompañar a mis colegas. Trato de entender a les estudiantes. Trato de aprender, trato de enseñar, trato de crear, trato de responder con urgencia. Discuto con autoridades, pongo límites y cedo, alzo la voz y lloro, me aparto y vuelvo a arremeter.

Soy un mar de contradicciones.

Ya no sé lo que soy. Y me cuesta entender qué seremos cuando todo esto haya pasado.